circle

Con zuecos y pijama

Por Marcos Pastor Galán

El mal uso de la sanidad


La sanidad está en una cumbre de la asistencia. Los avances tecnológicos, el aumento de personal e instalaciones y la actitud de hábitos saludables de los pacientes son un pilar fundamental de esta situación. Pero es cierto que, a pesar de tener unos recursos altos, hay lastres que impiden que se perciba todo ello, tanto por parte del paciente como por los propios profesionales. Y como pasa casi siempre, la causa es multifactorial.

El primer punto es la desorganización, y sí, esto depende directamente del estamento político. Es cierto que, por lo general, hay un margen de mejora organizativo. Pero cualquier sanitario conoce el famoso "esto se ha hecho siempre así", que compone más de la mitad de la actividad sanitaria. Si se suma a ello que los gerentes no son las personas competentes en la materia sino amigos de cargos políticos, no se puede esperar una mejora sustancial cuando se quiere todo tal y como se había dejado.

En el segundo puesto, encontramos al personal sanitario, donde reside una gran parte de la culpa y remarco que me encuentro en esta casilla. Para empezar, bien es sabido que afloran más protestas cuando la situación es buena que en época de recortes. Esto sucede de una forma subjetiva y posiblemente injusta. En las malas rachas la gente se calla bajo el pensamiento de no estar tan mal. Sin embargo, todo se exagera cuando se sabe que hay dinero suelto que puede reorientarse a un salario mejor. Cabe destacar que no se han recuperado todos los derechos laborales previos a la crisis, pero hay más personal ahora que veinte años atrás.

Continuando con los profesionales, hay una resistencia al cambio que lastra cualquier innovación. A veces una modificación en la actitud podría mejorar la experiencia del paciente de forma notoria, pero eso supondría formarse y fulminar el “siempre se hizo así”. De otro modo, cuando se exige una formación mínima y un plan de actualización obligatorio florecen comentarios por miles dramatizándolo, como si por buscar que los profesionales sean mejores perjudicase en algo. Habitualmente se utiliza el pretexto de que espanta al talento, pero no hay talento sin formación. Así que la resistencia también es a la mejora profesional, no vaya a ser que otro me saque los colores.

Para zanjar la autocrítica, quedaría el ego. Y si hay algo contradictorio en el sistema sanitario, son las ganas de tener una medallita en un trabajo interdependiente, donde la colaboración es imprescindible. Lo peor de todo es que, tras la pandemia, la sensación de equipo era sólida, el personal estaba aprendiendo a rebajar el instinto del poder y, poco a poco mejoraba exponencialmente el ambiente de trabajo. Pero como siempre se ha hecho así, hemos retornado a la necesidad de reconocimiento que solamente complica cualquier fluidez del sistema. Desde las supuestas invasiones de competencias hasta las incompetencias de quienes deberían ser competentes.

El tercer punto es un eslabón importante, el paciente. En los últimos años se ha visto mermada la asistencia junto al mal uso sistemático del sistema sanitario. Se viene hablando desde hace muchos años que se acude a urgencias por cuestiones no urgentes, lastrando un servicio de forma continuada al que se le acaban escapando oportunidades diagnósticas y terapéuticas. Si los sanitarios ven cien pacientes en la jornada, no pueden mantener la misma concentración que si ven a cincuenta, aunque la mayoría sean banalidades. Al final, los detalles se escapan.

Y aquí podríamos hablar también de la mala organización, porque en el sistema privado es habitual que lo que no procede que vea un médico, puede ser descartado o asistido en el triaje de la enfermera (como por ejemplo una cura). Gastar el tiempo de un médico en un acto no meramente médico es tirar por tierra la formación y función del personal, algo que ya se ha planteado con muchas de las cuestiones que realizan en atención primaria y sobrecargan su agenda. Así se podría despachar más rápido y se liberaría la urgencia con fluidez.

En un segundo escalón, tenemos a los pacientes que no acuden a las citas. Este problema es una lacra contra la que no hay forma de combatir. Si alguien reserva un día y no puede acudir, lo ideal sería modificarlo o anularlo, permitiendo a otra persona disponer del uso. Se cuentan por miles de pacientes diarios en España, independientemente de que hablemos de Atención Primaria o Especializada. Es una causa de que sea difícil disponer de citas a corto plazo.

Como último, tenemos una población envejecida. En España nos gusta presumir de ser punteros en esperanza de vida, pero ya he avanzado otras ocasiones que alargar la vida no implica mantener o mejorar la calidad. Nos cuesta entender que el envejecimiento empeora la salud y las capacidades del anciano, por lo que generamos demandas asistenciales innecesarias y procedimientos invasivos que solamente perjudican aún más a nuestros mayores, en vez de centrarnos en que disfruten del tiempo que resta, sea más o sea menos. Pero este punto tiene miga para hablar un día solo sobre ello.