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Con zuecos y pijama

Por Marcos Pastor Galán

La formación enfermera 3


Tal como relaté en los dos capítulos anteriores, la enfermería es una profesión que ha avanzado mucho en el último siglo. De hecho, probablemente sea una de las que más ha avanzado como profesión en sí, quitando los avances tecnológicos de la rama sanitaria. Y se debe esencialmente a que era una profesión muy básica y sin estudios oficiales.

Tras valorar la torpeza de las especialidades de enfermería en la última entrega, es importante terminar la saga entendiendo cómo se desarrolla la formación de una enfermera a día de hoy. La llegada del Plan Bolonia fue un desastre en toda Europa. Resulta que cualquier persona, en alguna ocasión, ha tenido una idea que en la cabeza parecía algo prodigioso, pero al llevarlo a cabo resultaba una chapuza. Parece ser que al ideario del Plan Bolonia le sucedió en aquel momento.

El problema no es que en 2010 se comenzase de forma obligatoria. Ni que en 2014 la primera promoción de grado fuese un experimento. El problema es que en Europa no se ajustaron las titulaciones para llegar a un acuerdo mínimamente consensuado. También, que las universidades tuvieron años para adaptarse y no tener que improvisar. Sin embargo, si ni siquiera hay un plan de estudios único en una misma autonomía, ¿cómo pensamos que iban a planificarlo con tiempo?

Y así llegan los estudios 14 años después sin que nada haya cambiado. Por este motivo, la formación enfermera depende exclusivamente de la enfermera. Por desgracia no hay estándares reales de calidad, solo importa tener una titulación de grado y correr por los pasillos. Ya vimos que las especialidades no están siendo funcionales, no son suficientes y no tienen valor en la práctica. Salvo las matronas, el aire pasa menos desapercibido para los gestores.

Cuando se llega a este punto, la enfermera tiene dos opciones: la primera es buscar una formación de calidad que garantice su proyecto personal a base de sudor y lágrimas. Por el contrario, la segunda es tratar de encontrar un acomodo para seguir la vida. Spoiler: la segunda opción es más factible, menos estresante e implica gastar menos tiempo y dinero; por ello es la más elegida.

Parece surrealista y lo es. La formación vía EIR y postgrado de calidad implica renunciar a muchas cosas, la principal, un salario digno (EIR) y un coste extremadamente elevado (postgrado). Es incompatible estudiar y trabajar con una vida cotidiana habitual. Además, suele llevar asociado un desplazamiento parcial o total de tu ciudad. Mientras, la opción de supervivencia, es trabajar en un hospital sacando puntos con cursos y postgrados online, sin valor, con las respuestas fácilmente localizables en Google.

Pero tanto a las administraciones públicas como a las empresas privadas les interesa la segunda, la enfermera número X. Alguien a quien llamar y renovar contratos a cambio de su trabajo incondicional, basado en la necesidad de vivir. Esa enfermera a quien no le importa no saber nada sobre su puesto de trabajo de ese día porque se ha resignado a ser un dorsal manejable. Si además está tan frustrada que ya ni protesta, mejor. Pero el hándicap es que encima haga la pelota a las jefas con aires de ascenso.

Al final, todos los avances en competencias, conocimientos, habilidades, técnicas y reconocimiento, han quedado ahí. En el número al que casi todas nos hemos tenido que adaptar en algún momento. Y digo casi todas porque las hay que han abandonado la profesión y ahora se dedican a otros menesteres muy alejados de las ciencias de la salud.

Así es como queda a día de hoy la enfermería, como cualquier enfermera y el resto de profesionales sanitarios desean que cambie pronto. Pero también, y es el eslabón más importante, como los pacientes no quieren ver a su enfermera. El avance de la profesión debe continuar.