Con sus 960 metros de altitud, se encarama en la falda norte de la Sierra Chica, por debajo de las Peñas del Agua. Dispone de una notable iglesia, parroquia de la Asunción de Nuestra Señora, con un ábside románico, con su capilla mayor cubierta por un gran artesonado mudéjar y su sobresaliente retablo del Siglo XVI; y conserva una muestra de su patrimonio arquitectónico popular, con sus casas de piedra: mampostería y sillería, sus balconadas de madera de castaño… Sin embargo, lo que le hace único, motivo de admiración de propios y extraños, es su bellísimo entorno paisajístico, con el legendario bosque de la Honfría. Lo considero tan singular y reconfortante como la hospitalidad y bonhomía de su gente.
A lo largo de mi vida, desde mi más tierna infancia hasta mi adultez media actual, no he dejado de recorrer estos parajes. Recuerdo de niño subir con mi querido tío Marcial hasta la fuente de la Honfría, pasando antes por la fuente del Cerezo y, luego, por la del Chapatal, mientras me enseñaba a distinguir el plumaje y el canto de numerosos pájaros; de la ascensión con el bueno del señor Higinio hasta las inmediaciones de la Peña del Guarro, donde me contaba la estratagema de la que se valió para coger los huevos del nido de ese córvido; de cuando, yendo al trote en un burro del noble Juan, topé con mi culo sobre una mullida boñiga, y de mis cuitas para que mi tía no se enterara a pesar de llevar la huella del bóvido en la camisa y en el pantalón. En fin, de muchas subidas por el castañar con familiares y gente amiga de este querido pueblo.
Ya de adulto, recuerdo mis desvelos para que mi sagaz y perspicaz hija menor, Isabel, aprendiera a identificar plantas medicinales de sonoros nombres: milenrama, hipérico, dedalera, aguileña, etc. Así como las numerosas veces que subíamos corriendo en compañía de su hermana, María, hasta la fuente de la Honfría.
Cuando en momentos de flaqueza me pregunto qué me impulsa a subir tantas veces corriendo (jogging) al mítico Hueco, reflexiono y pronto encuentro la respuesta: tanto mientras corro como cuando concluyo el esfuerzo me siento estimulado, relajado y profundamente feliz. Efectivamente, son tantos los beneficios para la salud mental conseguidos con el esfuerzo físico aeróbico como los obtenidos por la contemplación de la belleza de estos parajes, con una variada fauna y un notable estrato arbustivo y herbáceo adornando a la gran masa arbórea.
Si partimos desde la fuente de la Marina, pronto encontraremos a la izquierda restos de los antiguos hornos de cal, que antaño sirvieron para suministrar cal morena en la construcción de la plaza mayor de Salamanca; a la derecha se aprecian las Vegas, tierras fertilizadas por el arroyo de la Honfría, ricas en hortalizas; como a un kilómetro después del inicio arranca, a la izquierda, el sendero que conduce al pago del Hoyo el Hocino y a la Peña del Guarro. Poco después el camino se empina, mostrando a la derecha unos prados donde se crían y cuidan caballos para actividades lúdicas; en pocos minutos surge a la izquierda del camino principal un sendero, que asciende en fuerte pendiente durante algo menos de dos kilómetros hasta la fuente de la Honfría: la cuesta de las Pollinas. ¡Me encanta subir por este sendero!
Cuesta de las Pollinas en Primavera
Por este atajo de las Pollinas es más difícil que circulen coches, por lo que es más probable que evitemos molestas polvaredas y ruidos indeseables.
Durante el último kilómetro de ascenso al área recreativa de la fuente la Honfría el sendero se estrecha, lo que permite apreciar mejor la grandeza del bosque. En otoño, hay una gran explosión de color: los amarillos de las hojas de los robles y de los avellanos contrastan con los tonos rojos del follaje de los castaños y cerezos silvestres, mientras los acebos mantienen su lustre y verdor. Luego, a finales de noviembre el suelo se convierte en una alfombra de hojas secas de castaño y melojo, de las que antaño se aprovechaban los vecinos para hacer mullidas e higiénicas camas para el ganado porcino estabulado. A finales de la primavera y en verano la exuberancia del bosque impresiona: las ramas de los rebollos y castaños forman con sus grandes y planas hojas una especie de dosel, protector del sol y calor del estío. La flora también es de gran belleza y variedad: en febrero ya empiezan a aparecer las prímulas; en marzo, los narcisos o tarros; en mayo, las orquídeas silvestres y las peonías nos alegran con sus flores vistosas, estas últimas catalogadas como la flores autóctonas europeas de mayores dimensiones; en junio, en un área próxima a la fuente del Cerezo, nos sorprenden, con sus colores blanco rosáceos y su gran fragancia, numerosas azucenas silvestres.
Aunque este bosque alberga un verdadero tesoro micológico, no voy a entretenerme describiendo la ubicación y las características morfológicas de las setas de mayor interés culinario del mismo, pues no deseo fomentar actitudes y conductas desaprensivas e irresponsables hacia el ecosistema que sustenta a estos deliciosos carpóforos o partes reproductoras de los hongos.
Peonías Silvestres
Después del duro ascenso se accede a la planicie, donde los longevos castaños dan sombra a los afortunados que deciden pasar un día de asueto y paz. Aquí hay un área recreativa, para solaz de niños y adultos, con mesas y asientos de piedra, diversos juegos para infantes, esculturas de peces, elefantes y tortugas. A pocos metros se encuentra la fuente de la Honfría, a la sombra de un centenario cerezo silvestre, con dos refugios de piedra, contenedores para la basura... Todo perfectamente dispuesto para que la gente disfrute. Sin embargo, observo con demasiada frecuencia, cuando accedo corriendo a este saludable paraje, que algunos visitantes no mantienen las mínimas normas de higiene, respeto y protección de la naturaleza. ¡Pardiez! Ensucian, no tiran los desperdicios en los contenedores, arrancan ramas, contaminan el ambiente con un ruido ensordecedor procedente de las radios de sus coches y estropean el mobiliario. Les rogaría que no cometan tales tropelías, pues es una forma mezquina de deteriorar nuestro medio ambiente y de limitar una fuente de promoción de la salud física, mental y hasta social.
Merenderos de la Honfría
Desde este paraje de la Honfría suelo coger el sendero que conduce al Hueco, al que llego, tras un kilómetro de ascenso, rodeado de notables ejemplares de robles. Antes, hay que dejar el camino que aparece a la izquierda, que conduce a las Peñas del Agua. Al llegar al Hueco, pasamos a la vertiente sur, dominada por el matorral mediterráneo, con un estrato arbustivo constituido por jaras abundantes, brezo, tomillos diversos, cantueso… El bosque predominante es el encinar, aunque con algunas manchas de castaño. ¡Dios mio! La panorámica que se aprecia desde este paraje es de una gran belleza. Pasamos de la intimidad del bosque caducifolio de la Honfría a una atalaya desde la que se divisa al sur: la sierra de las Quilamas, con el abrupto y estrecho valle formado por el río Quilamas; más allá, diversos pueblos, entre los que destaca Miranda del Castañar y, en lontananza, la silueta de la Peña de Francia. Muy cerca, al suroeste, se aprecia el pequeño pico del Porrejón, en cuya base tiene mi buen amigo Rafa unas colmenas, cuyas abejas liban en numerosas plantas aromáticas (tomillo salsero, mejorana, cantueso…), brezos, jaras (dan un magnífico polen, que no miel), un poco de encina y un poco de castaño. Obviamente, la miel obtenida es de una calidad extraordinaria, solo comparable a la que obtiene su hermano, el gran Severo. Doy fe de ello.
Si dirigimos nuestra vista al sureste, nos encontramos en la línea del horizonte las montañas de la Sierra de Béjar, cuyos picos más altos: Canchal de la Ceja y el Calvitero, muestran sus cumbres nevadas, lo que incrementa la belleza de la panorámica.
Si desde una cancela metálica canadiense cogiéramos el camino de la derecha, orientado al oeste, desembocaríamos en el acceso a Castil de Cabras, tras menos de dos kilómetros de recorrido. Este último paraje es un verdadero corazón de las Quilamas, que será motivo de otro artículo o contenido de este blog, al igual que la ascensión al Pico Cervero (1463 m.).
Finalmente, no deseo olvidar las joyas faunísticas de esta vertiente sur: unas treinta parejas de buitre negro y varias parejas de cigüeña negra. Además, esta Sierra de las Quilamas ha sido considerada hasta no hace mucho como el límite septentrional del lince ibérico. Ahora, parece no quedar ningún vestigio del mismo, probablemente por la falta de alimento, pues su presa fundamental, el conejo, está siendo diezmado por la mixomatosis y la enfermedad hemorrágica vírica.
Bueno, llegamos al final de la excursión. Hoy parece que no hemos hablado de medicina. ¿Seguro? Creo que si hiciéramos muchas excursiones como la descrita en esta página, nuestro nivel de salud se incrementaría ostensiblemente. Como señalé antes, en su triple dimensión: salud física, mental y social.