Cuando la política se convierte en una profesión resulta tremendamente complicado contemplar la realidad con cierto nivel de objetividad. Los partidos políticos tienen cierta tendencia a la endogamia, particularmente cuando gobiernan un país. Los ciudadanos, con nuestro voto, somos los únicos que podemos despertar a nuestros dirigentes de sus estados de éxtasis de autocomplacencia.
El presidente del Gobierno ha iniciado una reveladora gira por televisiones, radios, periódicos y redes sociales para explicarnos que la sociedad española está siendo tremendamente injusta con él. Empezando por "el noventa por ciento de los medios de comunicación", que son tan de derechas que esconden o niegan las excelencias de su gestión. La inmensa mayoría de los opinadores son (somos) un tanto fachas. Y él no es "el monstruo de las siete cabezas" porque el sanchismo es la mejor receta del siglo XXI para este viejo país.
Después de desdeñar -o despreciar- a la inmensa mayoría de los medios de comunicación durante los últimos cinco años, tras haber concedido sus entrevistas sólo a amiguetes y afines, después de negarse a contestar las preguntas molestas con excesiva asiduidad en las comparecencias de prensa, ahora quiere ser la salsa de los principales espacios mediáticos del país. Ya le hemos visto en El Hormiguero, Lo de Évole, Más de uno, El Intermedio... Y lo que te rondaré morena.
En todos estos programas Pedro Sánchez reniega de "la derecha mediática", deslegitima a quienes no comulgan con su ideario al más puro estilo peronista, compara con la FOX a medios de comunicación de los que no da su nombre, se autoconsidera un perseguido. Y sonríe, sonnríe en todo momento. Pretende mostrarse empático, incluso simpático. Quiere humanizarse, pero su enorme ego se lo impide. Hay que reconocer que posee la más pura dialéctica y labia del político profesional.
Sánchez ha mosqueado a muchos electores, al pueblo llano, incluidos un nutrido porcentaje de quienes le dieron su apoyo en los últimos comicios generales. Las elecciones del pasado 28 de mayo han disparado todas las alarmas en el PSOE, que ha perdido gran parte de su poder político territorial por las andanzas del gobierno central. Las falsas promesas electorales (ahora llamadas rectificaciones), los interesados indultos, la rebaja en delitos como la malversación, los acuerdos con los extremistas que desean acabar con el Estado español, tal y como lo conocemos, el haber consentido, cuando no alentado, la crispación, las leyes chapuza, etc... se han grabado en la memoria de la ciudadanía.
España es un país complejo y si Gerona, Las Palmas, San Sebastián o Barcelona necesitan cariño, también lo demandamos en Badajoz, Madrid, Almería o Valladolid. La soberbia, la ausencia de humildad, el ego desmedido, el ordeno y mando no son buenos compañeros de viaje para ningún dirigente político. Tampoco han ayudado los palmeros, que se multiplican en estos casos. Y, me temo, que el decidido apoyo del ex presidente Zapatero sólo causa estragos entre el electorado.
Pedro Sánchez es un luchador. Quiere que haya partido. No se dará jamás por vencido. Lo ha demostrado en más de una ocasión (Manual de Resistencia). Las encuestas indican que saldrá de Moncloa, pero él lo va a pelear hasta la última papeleta. Está desesperado, aunque ponga cara de poker o lo niegue. Intuye que el final se acerca a modo de jubilación de oro del político profesional.