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Menudo Panorama

Por Pedro Santa Brígida

El deber de lealtad de Zapatero


Llevaba dos meses sin realizar declaraciones públicas. Desde las elecciones venezolanas del pasado mes de julio, el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero no abría la boca. Nada sobre el sonoro pucherazo chavista en Venezuela. Ninguna reclamación respecto a las actas electorales. Revelador mutis por el foro. Y cuando, por fin, dice algo es para subrayar su "deber de lealtad" con Venezuela. Si así fuera, digo yo que estaría del lado de quienes han ganado la votación en las urnas, de la mayoría del pueblo venezolano, que para eso se inventó la democracia.

A Zapatero, como a tantos otros presuntos defensores de la justicia, la igualdad y los derechos humanos, se le ve el plumero cuando las dictaduras coinciden con su ¿rencorosa? ideología política. La palabrería es el más viejo truco para camuflar la realidad y engañar a los creyentes y a los palmeros de turno, pero no  oculta la realidad de los hechos. Venezuela está gobernada por un dictador, al que el expresidente español no tiene nada que reprochar porque, en su manera de entender la vida, casi que es mejor un dictador de izquierdas que un presidente legítimo de derechas. Así de simple. La voluntad del pueblo es secundaria en este caso (y en todos).

Lo más hilarante es que Zapatero se ha presentado en público después de tantas semanas desaparecido para promocionar el libro "La democracia y sus derechos". ¡Toma ya! Verborrea en estado puro para unos adeptos, que miran hacia otro lado a la hora de analizar lo que está sucediendo en Venezuela, donde la persecución política, los encarcelamientos, cuando no los asesinatos, y los exiliados aumentan de manera brutal desde hace años.

"Zapatero, alimaña, eres la vergüenza de España", gritaban, entre otras lindezas algunos cabreados venezolanos a las puertas del Ateneo de Madrid, cuando éste llegaba al acto de presentación del mencionado libro. Allí, ante los periodistas, declinó pronunciarse sobre su papel como mediador (conseguidor y facilitador) en la discutida salida del defenestrado vencedor de los comicios, Edmundo González, hacia España. Tampoco quiso alinearse con la ministra Margarita Robles y su ahora ocultada afirmación respecto a que "Venezuela es una dictadura". Optó por escabullirse, lanzando un futurible: "Dentro de diez o quince años se podrá conocer lo ocurrido". Ya que dudo que eso vaya a tener lugar en el breve plazo, espero que así sea. Ojalá la historia ponga a cada cual en su sitio.

Los silencios a menudo son más elocuentes que las palabras y los monólogos, sobre todo mucho más que los habituales vacíos discursos políticos que nos regalan algunos de los que se dedican a ocupar cargos públicos. Zapatero vive en su propio mundo, no pisa el suelo del español de a pie desde hace décadas. Fue diputado con 26 años. Desde entonces, acostumbrado a las alfombras, a los coches oficiales y, actualmente, a la alta política internacional, está en otra dimensión, en una galaxia propia. Desde hace años es el mediador oficial en todos los contenciosos diplomáticos internacionales de Maduro y su compañía de represores.

El expresidente cuenta con un público afín, colectivo entre el que no me encuentro, entre otras razones porque somos de la misma ciudad, de la misma edad y empezamos en estos oficios de la política y el periodismo al mismo tiempo. Nos conocemos. Vaya, si nos conocemos. Zapatero sólo tiene un deber de lealtad, a su particular ideología fraguada en una tragedia de la que no se ha repuesto todavía, la guerra civil española.