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Misión sostenible

Por María Teresa Pérez Martín

El valor del capital natural


La extinción de las especies es un fenómeno natural, fruto de la vida misma. Sin embargo, según datos de la Unión Europea, estamos viviendo una pérdida alarmante de biodiversidad, con más de un millón de especies en riesgo de desaparición. Vivimos la sexta extinción masiva de especies a nivel planetario. Esto es debido al conocido efecto antropoceno, es decir, las repercusiones que tiene la acción del hombre sobre el consumo excesivo de los recursos naturales, y que queda recogido en el Informe del Planeta Vivo que WWF publica cada año.

 

La naturaleza es proveedora de recursos y al mismo tiempo soporta el impacto negativo de la actividad humana. Nuestro desarrollo depende directamente del buen estado del capital natural. Hasta ahora, las ciencias económicas no han sabido incluir los costes de los recursos naturales utilizados, ni de los derivados del impacto, dentro los cálculos de costes/beneficios de las actividades humanas. La idea de capital natural consiste en calcular el valor de un elemento de la naturaleza por todos los servicios que ofrece y, a partir de ahí, compensar económicamente el impacto que causa una actividad sobre ese ecosistema o el esfuerzo que requiere mantenerlo. Se trata de una tarea difícil de realizar por referirse a valores intangibles que no tienen un precio en el mercado, aunque estén directamente relacionado con el bienestar físico y mental de las personas.

 

En el año1977, el economista Robert Constanza se atrevió a poner un precio a la naturaleza de todo el planeta: 38 trillones de dólares. Sin embargo, como bien decía Einstein, no todo lo que se puede contar, cuenta y no todo lo que cuenta se puede contar. Por eso, los expertos coinciden en que no se puede dar un valor real al capital natural en términos monetarios, sino más bien a los servicios que la naturaleza ofrece a la comunidad. Resulta imposible poner un precio al patrimonio inmaterial. Una hectárea tiene distinto valor según los beneficios que nos aporta. No vale lo mismo una hectárea del terreno en donde crece la planta a partir de la cual se elabora el Taxol (fármaco para luchar contra el cáncer de mama) que una hectárea en la Siberia, por ejemplo. Como tampoco vale lo mismo un metro cúbico de agua en Almería que en La Coruña, ni una hectárea en las minas de cobalto de la República Democrática del Congo que una hectárea en el desierto de Namibia.

 

Aunque no se pueda otorgar un valor real de la naturaleza, sí se puede estimar el de los servicios ecosistémicos, es decir los beneficios que un ecosistema aporta a la sociedad. Pasearse por un bosque es un servicio ecosistémico (aporta un bienestar mental). Una dehesa vale más que la leña de sus encinas, si se tiene en cuenta su papel en la producción del jamón ibérico. ¿Cuánto ganaría en términos de bienestar una comunidad, si se mejorará la calidad del aire gracias a la protección de un bosque colindante?, o ¿cuánto disminuye el precio de la vivienda, cuando se planea construir cerca una incineradora? Es necesario valorar el capital natural para tomar decisiones de manera acertada con respecto al lugar donde llevar a cabo una gran infraestructura, y elegir así cuál sería el ecosistema más resiliente. Esta estimación también facilita la labor de un juez a la hora de decidir la cuantía de la sanción económica por un delito ambiental (Prestige).

 

Para valorar el capital natural se necesita primero medirlo. Lo que no se mide, no se valora y lo que no se valora, no se gestiona. Por eso, a nivel nacional, se ha puesto en marcha el proyecto ESVALUES con el fin de elaborar la mayor base de datos económicos de los estudios de servicios del ecosistema para producir estimaciones de valor mediante transferencia de beneficios (sin duda algo potencialmente atractivo para Google). Esta información se complementa con el proyecto europeo MAIA que consiste en cartografiar la naturaleza para entender mejor el valor de los ecosistemas. El resultado de estos estudios permitirá tomar mejores decisiones tanto a nivel de administraciones públicas como en las reuniones del consejo de administración de las empresas. En base a estos datos, se podrá calcular lo que una empresa como Nike tendría que pagar por los servicios que le suministra la naturaleza, desde el prado donde pasta la vaca que proporciona el cuero de unas zapatillas, hasta la luz de la tienda donde se venden.

 

Conocer el valor de los beneficios que ofrecen los ecosistemas sirve también para sensibilizar a la población en general sobre la imperiosa necesidad de proteger la biodiversidad al mismo nivel que se está haciendo con la emergencia climática. Se ha avanzado mucho en el ámbito del cambio climático para cuantificar la acción antropogénica. Ya existe un precio de lo que cuesta cada tonelada de CO2 emitida a la atmósfera, incluso existe un comercio internacional de bonos de carbono (Protocolo de Kyoto), pero ¿cómo valorar las especies que están desapareciendo, sobre todo de aquellas cuya extinción supone un colapso en un ecosistema específico? Algunos países ya están haciendo este cálculo, como por ejemplo Estados Unidos, donde se estima en unos 500 millones de dólares por año las pérdidas de productividad asociadas al declive de biodiversidad.

 

En una sociedad transversal donde los consumidores son cada vez más exigentes y las empresas intentan ser más responsables, se necesita tomar consciencia de que la naturaleza es la base de nuestra existencia, valorando no solo los recursos naturales como el agua sino también la diversidad de las especies que nos rodean. Afortunadamente quedan lejos los tiempos de la Ley de Alimañas de los años 50, cuando se fomentaba las abatidas de animales poniendo un premio por cabeza. Lo que antes era considerado como alimaña, hoy ha pasado a ser especie protegida (buitre leonado, por ejemplo). En este cambio de perspectiva, hay que agradecer la labor educativa de Félix Rodríguez de la Fuente, quien consiguió que estos animales empezasen a ser reconocidos como especies protegidas, respetadas y custodiadas por la ley.