Como ya he mencionado en alguna otra ocasión, cada lunes de Pascua, todos los pedrajeros acudimos al paraje de Sacedón, allá donde se encuentra nuestra ermita, rodeada de un hermoso pinar y, en su interior, la Virgen más bonita que en el mundo haya. No lo digo yo, es un hecho cierto.
Se trata de un evento que todos esperamos con enorme expectación durante un largo año y que no sólo es una fiesta de celebración de nuestra Patrona, sino algo más, es también una suerte de comunión entre familias, amigos y allegados, un brindis por la vida, que no sería lo mismo si, ante todo, no sintiéramos el manto protector de la Virgen de Sacedón sobre nuestras cabezas.
Mas no quiero extenderme en explicar lo que para nosotros significa esta festividad pues ya lo he comentado otras veces en esta Tribuna. Pretendo hoy hablar de incendios.
A todos nosotros, con la excepción de los pirómanos, nos aterra el poder aniquilador del fuego. Por nada del mundo querríamos despertarnos de madrugada y ver las llamas devorando los pinos junto a nuestra casa, cuando no nuestro propio tejado o el coche que dejamos aparcado frente a la puerta.
Por ello, entenderíamos razonable que los poderes públicos reaccionaran ante una perspectiva de generación de incendios con actitud proactiva para prevenirlos y, ante la fatalidad de su inicio, apagarlos con acierto y prisa.
Incluso, entendemos la necesidad de normativizar ciertos comportamientos que pueden resultar dañinos a estos efectos, como lanzar colillas por la ventanilla de un coche, quemar rastrojos sin las debidas precauciones e, incluso, hacer barbacoas en pleno verano, cuando más aprieta la sequía. Parece acertado regular, en cierto modo, aquello que puede generar tanta desgracia y calamidad no sólo a nuestros ecosistemas, sino también a personas y animales, además de a bienes públicos y privados.
Pero regular debería tener un límite; porque regular es también medir, ajustar. Y vemos, en demasiadas ocasiones, cómo nuestros gobernantes, forzados por la tiranía de la presión política o por el ruido de unos pocos, deciden a bote pronto para acallar críticas, cuando no para que parezca que hacen algo, y deciden contra los ciudadanos, sus votantes, pese a que lo que en verdad desean es captar su voto.
Y ésto es lo que me parece que ocurrió cuando la Junta de CyL declaró época de peligro medio de incendios forestales en toda la Comunidad Autónoma desde el 31 de marzo hasta el día 10 de abril, coincidiendo con la Semana Santa, lo que vino a significar que estaba prohibido encender fuego en todo tipo de espacios abiertos.
Y los de Pedrajas nos quedamos sin asar las chuletillas y la panceta, sin hacer las paellas y el chorizo a la brasa. Teníamos la fiesta, la leña, las chuletillas y el deseo de pasarlo bien, pero también la mala suerte de que nuestra romería se celebrara el 10 y no el 11, porque, nótese la sinrazón, a la Junta le daba igual el calor que hiciera el martes y que ese día se hicieran barbacoas en mitad del pinar y se asara un buey. El 11 sí, pero el 10 no.
Dirás que mi posición es interesada. Lo es. Soy de Pedrajas y la Junta me fastidió el invento, a mí y otras 3.000 personas. Pero créeme cuando te digo que en mis 57 años de vida jamás se ha tenido que lamentar un fuego en el terreno de la ermita ni el día de la romería ni en los días posteriores y que mis mayores no lo recuerdan tampoco en toda su larga vida. Si alguien cuida del pinar en estos días somos quienes allí acudimos a celebrar un día en familia, tenlo por seguro.
Entenderás que diga que la medida no fue muy bien acogida en el pueblo. Si el pasado lunes llegan a celebrarse las elecciones autonómicas en mi pueblo, Mañueco saca menos votos que Tamames en el Congreso. No sé si los del pajarillo habrán perdido 16.500 votos en Pedrajas, aunque qué culpa tiene el alcalde de esta prohibición... ¡Joer... si no los han perdido por el asunto este del fuego, deberían hacerlo por obligarnos a comer ensaladilla rusa, con la que están liando en Ucrania, no me fastidies!